ENTRADA Nº 144
Hoy os traigo algo diferente,el quinto trabajo de Oscar Herradon ,un ensayo extraodinario,u ensayo que nos desvela como historia y esoterismo pueden estar entrelazados entre sí.
SOBRE EL AUTOR: Escritor y periodista, Óscar Herradón es conocido por sus libros sobre enigmas históricos y otros temas cercanos al ocultismo y tradiciones mágicas en España.actrualmente es redactor de la revista enigmasHa publicado varios ensayos, como Historia oculta de los Reyes o Historia oculta del Quijote y otros libros malditos
DATOS DEL LIBRO
Hitler creía ciegamente en lo sobrenatural. Envió a su ejercito a
buscar reliquias, amuletos, etc. ¿Cómo pensaba utilizar estos artilugios?
¿Encontró alguno?
Bueno, realmente Adolf Hitler era
una persona con una visión mesiánica de su propia persona y de la historia y
desde su juventud se sintió atraído por el ocultismo y temas afines como la
astrología, siendo asiduo lector de la publicación antisemita y ocultista
Ostara. De hecho, ese misticismo es importante en la base de la cosmovisión
nazi, pero lo cierto es que quien creía ciegamente en lo sobrenatural era su
subordinado Heinrich Himmler, jefe de las SS y de la Gestapo, quien a través de
la Ahnenerbe, la Sociedad Herencia Ancestral alemana, envió a muchos “guardias
negros” en busca de distintos objetos de poder,
ABADIA DE MONSERRATA |
Está claro que Himmler, que sí
creía en el ocultismo a un punto que rayano en la locura, pretendía utilizar objetos
sagrados como el Grial en su lucha contra los enemigos del Tercer Reich, al
atribuirles, como al Martillo de Thor un origen no legendario sino real, al
igual que sus supuestos “poderes”.
El primer ministro ingles, Winston Churchill, también creía en lo
sobrenatural, y quiso al igual que su homologo alemán que el mundo mágico
ayudara a Inglaterra a ganar la guerra. ¿Qué pasó realmente?
Churchill era un hombre más bien
pragmático, pero a su vez también un hombre de fe, que pensaba que el destino
le había seleccionado para aquella gran misión que era frenar el avance del
nazismo. Para su lucha a muerte contra Hitler no escatimó en medios a la hora
de contrarrestar el avance alemán y, una vez supo de la existencia de
departamentos secretos en los que se hacía uso del supuesto poder de lo
intangible, de la astrología y la magia –aunque fuera de una forma más cercana
a la propaganda negra que a lo esotérico–, decidió hacer lo propio y sus
hombres reclutaron a singulares personajes que también se entregaron a esa
“lucha mágica”, entre ellos al astrólogo alemán de origen húngaro Louis de
Wohl, exiliado en Inglaterra e incluso, casi con seguridad, al ocultista
británico Aleister Crowley. Otros “magos de la guerra” nada tuvieron que ver
con la esfera de lo supranatural, eran simples ilusionistas, magos del
espectáculo –con todo lo que ello implicaba–, como fue el caso de Jasper
Maskelyne, que sirvió a las órdenes del ejército de Su Majestad en el Norte de
África y sus habilidades sobre el escenario y en el campo del camuflaje y la
distracción fueron decisivas en las victorias contra las huestes de Rommel.
Creyeran o no en el componente
sobrenatural, tanto los nazis como los aliados hicieron uso de los servicios de
toda esta caterva de personajes: astrólogos, zahoríes, ilusionistas e incluso
aquellos que afirmaban ser médiums, para equilibrar la balanza a su favor y
obtener la victoria final
Es conocido por todos que Hitler se creía un enviado por un ser
superior para acabar con judíos, bolcheviques y otros “enemigos de Alemania”.
¿Tuvo algo que ver su creencia en el esoterismo?
Está claro que la concepción
mesiánica de Hitler había sido en parte impulsada por las corrientes esotéricas
y pseudosecretas que recorrían Centroeuropa en los años previos al estallido de
la Primera Guerra Mundial y en los años de Entreguerras, cuando el Partido Nazi
pasó de ser una organización política minúscula a erigirse en una fuerza sin
parangón. Sociedades como Thule, la Orden de los Nuevos Templarios o la
Sociedad List tenían postulados que después fueron prácticamente copiados por
los ideólogos nazis más místicos como Alfred Rosenberg o Walter Darré. En
cuanto al papel de Elegido para guiar al pueblo alemán hacia un Reich
milenario, como creía Hitler, en esa concepción atávica y providencialista que
tenía de la historia, tuvo mucho que ver uno de sus mentores ideológicos,
Dietrich Eckart, muerto en 1923, poco después del fracaso del Putsch de Múnich.
Este excéntrico antisemita de excelsa formación intelectual también coqueteó
con el ocultismo e inculcó en su “pupilo” Hitler muchas de las ideas que más
tarde se convirtieron prácticamente en religión para los seguidores de la
esvástica.
Aunque muchos niegan dicha
influencia, lo cierto es que el Führer dedicó la última frase de su Mein Kampf
a Eckart: “Quiero citar también al hombre que, como uno de los mejores,
consagró su vida a la poesía, a la idea y por último a la acción, al
resurgimiento del pueblo suyo y nuestro: Dietrich Eckart”.
Hitler no era el único nazi que se creía una providencia o un
iluminado. Erik Jan Hanussen también lo creía así y murió precisamente
asesinado por los propios nazis. ¿Por qué?
En realidad, Erik Jan Hanussen,
uno de los magos e ilusionistas –también astrólogo, zahorí y detective
psíquico– no era lo que se dice un nazi. Precisamente su ascendencia era judía,
lo que constituía una seria amenaza en la Alemania de Hitler, por lo que adoptó
la falsa identidad de un noble danés. Lo que hizo Hanussen, considerado el
“profeta de Hitler” fue aprovecharse del poder que tenía en Alemania y Austria
el Partido Nazi para catapultar su popularidad, y con este objetivo “predijo”
el éxito del nazismo en muchas de sus publicaciones astrológicas. Llegó a
reunirse con Hitler en varias ocasiones e incluso a trazarle un horóscopo,
aunque es difícil creer que fuera él el quien enseñara al líder nazi el arte de
la oratoria y la forma de posar en sus multitudinarios discursos, como afirman
algunos autores. Sea como fuere, Hanussen fue uno de los magos fundamentales de
aquel tiempo y un personaje injustamente olvidado. Jugó con fuego y acabó
quemándose: haciendo de prestamista de las SA de Röhm, frecuentando los
selectos grupos nazis, se convirtió en un personaje incómodo para el régimen
por toda la información que había recabado de muchos mandamases del Tercer
Reich. Goebbels lo tenía en el punto de mira, y había recopilado un dossier con
información sobre su pasado, probablemente sobre su origen judío. Finalmente, y
tras “vaticinar” el incendio del Reichstag que tendría lugar poco después
–probablemente porque alguien del círculo íntimo de Hitler se lo había
comunicado–, fue encerrado, interrogado y más tarde asesinado en el bosque de
Staakower, a quemarropa, a las afueras de Berlín.
La Alemania nazi tenía varios edificios clave en cuanto a aspectos
políticos y militares, pero también poseían un edificio exclusivamente dedicado
al mundo sobrenatural. ¿Qué había y qué se hacia en el Palacio del Ocultismo de
Berlín?
Bueno, realmente el Palacio del
Ocultismo era una sala de espectáculos en pleno centro de Berlín, un antiguo
palacete versallesco que fue acondicionado por Erik Jan Hanussen con un estilo
oriental y exótico, donde realizaba sus actuaciones y sus supuestos
“vaticinios”, pero no era un edificio perteneciente al régimen. A la entrada
del palacete había una enorme estatua del mago haciendo el saludo nazi,
flanqueada por dos estatuas de menor tamaño, que representaban al Oráculo de
Delfos y a la Sibila de Cumas, indicando la verdadera finalidad del edificio:
la lectura del porvenir.
Un antiguo gabinete de las
maravillas moderno, con relieves de tema mitológico y astrológico, símbolos
esotéricos varios y estatuas de dioses clásicos. Entre las estancias más
célebres, se hallaba el Salón del Silencio, donde mediante un mecanismo secreto,
Hanussen era capaz de elevarse por encima del público, cual si levitase.
Pero el verdadero sanctasanctórum
del Palacio del Ocultismo era la conocida como Habitación de Cristal, donde el
mago, convertido en visionario del Tercer Reich, concedía sus lecturas privadas
a un grupo reducido de espectadores a cambio, eso sí, de una gran suma de
dinero.
Para acabar, me detengo en lo que me ha impresionado del libro: ¿cómo
puede un ilusionista hacer desaparecer la ciudad de Alejandría y el Canal de
Suez para evitar bombardeos del enemigo?
Lo que realmente hicieron fue
“ocultar” la ciudad de Alejandría para que la aviación alemana no pudiese
realizar continuos bombardeos sobre un puerto clave para los aliados en el
Norte de África. ¿Cómo? Pues lo llevó a cabo el ilusionista inglés Jasper
Maskelyne y su “Cuadrilla Mágica” fue simular en una bahía cercana la propia
Alejandría, con luces falsas, humo, escombros, etc… mientras se daba la orden
de apagar completamente las luces de la verdadera ciudad. Aunque pueda parecer
inocente, lo cierto es que detrás de esta maniobra había un trabajo extenuante
de decenas de hombres que, finalmente, tuvo éxito. En cuanto al Canal de Suez,
lo que se le ocurrió a Maskelyne, quien aprovechó su amplio conocimiento en el
mundo de la magia y el ilusionismo junto a las posibilidades que brindaba la
Sección de Camuflaje, fue generar una especie de barrera de luz con múltiples y
potentes focos de luz que, adecuadamente manipulados y unidos unos con otros,
cegaría a los pilotos enemigos. Y, una vez más, lo lograron. Una auténtica
proeza que debemos rescatar del olvido.
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